Hace varios años, llego a mis manos un artículo de HBR donde en resumidas cuentas, decía que en toda empresa hay tres tipos de empleados: A, B y C, donde los A son los que se destacan, los C son los que dan más dolores de cabeza que soluciones y los B, como se imagina, aquellos que están entre esos dos extremos. El articulo planteaba que frente a esta realidad, el líder debe aceptarla como parte de las reglas de juego, dado que pretender tener un equipo solo de A’s por ejemplo, es una utopía. O sea: conozca a su equipo, clasifíquelo en los tres tipos, evalúe quienes tienen posibilidades de subir un nivel, por ejemplo desarrollar un B de modo que pueda tener otro A y lo que no pueda cambiar, acéptelo y trate de sacar el mejor provecho del escenario que tiene por delante.
Recientemente, tuve la oportunidad en mi trabajo, de asistir a un taller sobre liderazgo situacional. Esta corriente presenta un esquema diferente al planteado en el mencionado artículo. Lo que sostiene básicamente es que una persona no tiene el mismo nivel de desarrollo para el logro de sus tareas o metas, estando ese nivel de desarrollo, determinado por dos variables: competencia y compromiso.
Por ejemplo: yo podría tener todas las habilidades y un alto grado de compromiso para desarrollar la tarea X y por lo tanto, se puede decir que soy un ‘A’ realizándola, pero para una nueva tarea que me encomiendan, para la cual no tengo ni los conocimientos ni la experiencia, ser un ‘C’.
La diferencia entre ambos enfoques es clara, mientras el primero clasifica a la persona globalmente: «es un A», «es un C», el segundo enfoque aborda el tema no desde el conjunto, sino evaluando a la persona, enfrentada a una situación: «alguien haciendo algo en particular».
Si bien la idea no es reveladora, cobra relevancia en la medida de que es muy común que consideremos y evaluemos al individuo globalmente, corriendo el riesgo de generalizar. Pienso que esto no solo es atribuible a las relaciones laborales, es muy habitual que en las relaciones personales también clasifiquemos a las personas que nos rodean, o a sus habilidades, con un juicio único.
Desde la perspectiva del líder, implica ser consciente de que no es lo correcto aplicar el mismo estilo de liderazgo a todas las personas y situaciones, sino que debe conocer y manejar varios estilos y el truco esta en determinar en qué nivel de desarrollo se encuentra un colaborador frente a la ejecución de una tarea o meta determinada y decidir que estilo se debe aplicar para poder ayudarlo a lograr su objetivo.
Obviamente requiere también flexibilidad, de modo que a medida el colaborador va progresando en su desarrollo, el líder debe ir cambiando su estilo de liderazgo en forma correspondiente, lo cual no es tan sencillo como parece, dado que la mayoría de los lideres tiene un estilo preferido. Una investigación al respecto, arrojo que el 54% de los lideres tiende a usar solo un estilo, el 35% tiende a usar dos, el 10 % tres estilos y solo el 1% utiliza los cuatro estilos.
De alguna manera, se aplica aquí, nuevamente el concepto de dividir un problema por partes, en este caso, el desarrollo de una persona. Claro que el líder deberá ser consciente, de que esta metodología es exigente, dado que cuando está supervisando un plan de desarrollo de varias tareas o metas con el colaborador, debe tener siempre presente el estilo a aplicar en cada caso, evitando siempre la generalización, y esto no es más ni menos que tiempo y paciencia, en ocasiones, cuando carecemos de ellos, naturalmente tenderemos a rápidamente generalizar, aplicando la misma receta para todo y terminando uniendo lo que quisimos separar, este puede ser, uno de los desafíos mas importantes para el líder, al momento de aplicar esta metodología.